En el corazón de Buenos Aires, donde el bandoneón suspira melodías ancestrales y los pies trazan historias sobre el parqué, el tango no es solo un baile: es un refugio para el alma, un espacio donde la vida encuentra su propio pulso y se redescubre la esencia de la conexión humana. Sin embargo, en este mundo de seducción y pasión, no todos encuentran fácilmente ese “abrazo soñado”, en el que se puede ser feliz por un rato. Y es allí donde aparecen los “héroes del 2X4”: los “taxi dancers».
En las milongas porteñas hay cada vez más profesionales que son contratados para bailar y que ponen su tiempo, su cuerpo y su espíritu a este género musical. En este universo, donde las miradas se entrelazan como los pasos, irrumpe con fuerza esta práctica que pone el deseo de “bailar bien» en primer plano.
Quienes contratan este servicio de baile son, en su mayoría, mujeres extranjeras y jubiladas, que vienen al país a experimentar su profunda pasión por el tango. Pagan, en promedio, entre 35 y 40 dólares por hora, y si eligen a los más solicitados, puede costar hasta 100 dólares -incluso más- por noche.
Cristian Titanes, un taxi dancer que empezó hace doce años en esta profesión, asegura que aún existe un tabú en esta práctica. Sin embargo, aclara que su trabajo no se trata solo de un baile, sino de una experiencia: “El tango para mí es un abrazo. Es comunicación, es escuchar con todo el cuerpo. También con el suelo, que es algo que a veces la gente se olvida: el tango viene de la tierra.»
Dio sus primeros pasos gracias a una alemana llamada Christine Garbe, quien lo «descubrió» y le propuso bailar. Desde entonces, no paró. También le ofrecieron ir a trabajar a festivales en Hawái y Alemania, pero por ahora prefiere quedarse en Buenos Aires por su singularidad y su gente. “Me gusta charlar entre tanda y tanda, es parte del encanto. Bailo dos o tres horas, no soy de esos que no paran en toda la noche”, explica Cristian.
Christine es una fanática del tango y cuenta que, hace más de 15 años, vive seis meses en su país y los otros seis en Argentina porque no quiere mantenerse lejos de su pasión. En Alemania busca la forma de no perder el contacto con este baile a través de sus experiencias y recomendaciones: “Gestiono un grupo de Facebook en el que pretendo acercar este movimiento a todo el mundo.»
Por su parte, Damián Lenzima, un bonaerense que llegó por casualidad al tango, relata que en un momento de su vida en el que “salía muchísimo», y sentía que la noche lo estaba «consumiendo», encontró «un refugio en el tango”. Fue ahí que empezó a tomar clases y a los pocos años empezó a dedicarse a ser taxi dancer.
Los profesionales del tango presentan una oferta diversa: algunos trabajan de forma independiente y otros como “variadores” fijos en las milongas. También hay eventos diseñados especialmente para garantizar buenos bailarines a las milongueras. Uno de ellos es Che-che Tango Premium, que organiza Sara Parnigoni dos veces por semana.
“Lo creamos para que las mujeres podamos asegurarnos un buen baile. A veces vas a la milonga, te vestís, pagás taxi, te producís, y te quedás sentada toda la noche. Eso duele. No te eligen”, asegura la organizadora. Su clientela ronda los 60 años o más, y en su mayoría son extranjeras. “Imaginate venir desde otro país solo para bailar y que no te saquen. Nosotras nacimos para bailar”, dice, sin vueltas.
Algo más que solo bailar
El equipo de taxi dancers está conformado tanto por hombres como por mujeres, de acuerdo a la demanda de cada encuentro. Cada uno es cuidadosamente seleccionado para generar una experiencia única para todos sus clientes. Sara tiene en cuenta la técnica, la interpretación, la estética y la educación de los profesionales. “Tienen que saber abrazar”, enfatiza.
Otra de las clientas que cruzó el océano es Catherine LeDuc, francesa, jubilada y absolutamente fanática del tango. Se mudó a Argentina hace cuatro años. “No existe otra cosa en mi vida que no sea el tango. Cuando estoy en París, extraño Buenos Aires. Pero cuando estoy en Buenos Aires, no extraño París. Eso me ayudó a tomar la decisión de dejar todo”, afirma con pasión.
También se refiere a los motivos que la llevaron a contratar taxi dancers: “Hay hombres mayores que no saben bailar, yo los evito. Y los que saben, si tienen 40 o 50, no me sacan. En el mundo del tango, que es un mundo de seducción, una sabe lo que pasa: si sos fea o vieja, no te eligen. Así que no tengo otra opción.»
Aunque la mayoría de taxi dancers son hombres, también hay mujeres en esta práctica. Una de ellas es Diana Cianca, una mexicana radicada hace 15 años en Buenos Aires, que además de ser bailarina, es profesora y DJ de tango. “Nuestro rol permite que el otro se enfoque en sí mismo y disfrute. El tango no tiene edad, ni clase social. Es un espacio humano, donde podemos volver a lo esencial: el cuerpo y el abrazo”, cuenta.
Diana tiene claro que va más allá de una vocación: “Es un trabajo como el de un médico. Yo soy psicóloga, pero vivo del tango. Requiere constancia, estudio, disciplina. Y sí, es una maravilla que te paguen por hacer lo que te gusta.»
Es fundamental destacar que el «taxi dancing» es una actividad profesional y no debe confundirse con los «taxi boy». De hecho, los bailarines establecen límites claros para evitar malentendidos. Ellos disfrutan de su trabajo, especialmente cuando hay buena química o buen trato con el cliente. Sin embargo, también sufren situaciones en las que son tratados mal como “empleados” o no queda claro su rol.
En definitiva, el «taxi dancing» es un reflejo de la pasión inquebrantable por el tango que inunda Buenos Aires. Es una solución ingeniosa y una profesión que permite a bailarines como Damián, Sara, Diana y Cristian dedicarse a lo que aman, mientras ofrecen a turistas y locales la oportunidad de vivir la magia del “abrazo tanguero”, sintiéndose cuidados, elegidos y, simplemente, dejando que «el corazón lata al compás del tango».
Este servicio no sólo dinamiza la escena porteña, sino que también reafirma que Buenos Aires es un destino ineludible para cualquiera que busque sumergirse profundamente en el alma del tango. Como lo hizo Catherine, quien afirma que no puede concebir ya su vida sin el tango: “Para mí lo es todo; es la salud, la alegría de vivir, es lo que me llena el alma.»
Por Florencia Argañaraz, Fernanda Godoy, Julián Gimenez y Yasmín Abdeneve. Maestría Clarín.
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