Nada es casualidad en la vida, y hoy no es un viernes cualquiera para Graciela Pera, que a los 66 años se recibió de abogada en el salón de actos de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires. Hace 21 años, Graciela perdió una parte de sí misma: perdió a su hijo, Matías. Todo ocurrió un viernes, mientras él trabajaba en un local de venta de computadoras. Fue víctima de dos delincuentes que entraron al local en San Fernando. Se llevaron todo. Incluso su vida.
El día que la vida de una madre se quebró fue un viernes. Matías obedeció la orden de levantar las manos y, aun así, le dispararon. Graciela recibió la noticia en la morgue, creyendo que iba a un hospital. El impacto la dejó muda por horas y, tras el entierro, pasó tres meses sin levantarse de la cama.
Graciela fue reconocida como “la señora del cuaderno azul”. Porque el dolor no la paralizó por siempre: al enterarse de que la investigación no avanzaba, decidió actuar. Se convirtió en una madre detective, anotando cada pista en un cuaderno azul y grabando sus conclusiones en casetes. Recorrió barrios, habló con desconocidos y siguió indicios que la llevaron a los asesinos de su hijo. Gracias a su incansable búsqueda, logró que fueran detenidos y condenados.
Hoy, esa misma mujer se recibió de abogada. Después de años de lucha, no solo encontró justicia para su hijo, sino que también transformó su dolor en una herramienta para ayudar a otros. Su historia es un testimonio de resiliencia y determinación. Una madre que, enfrentando lo inimaginable, eligió no rendirse y encontró en el estudio del derecho una forma de canalizar su búsqueda de justicia.
“Representa tanto esfuerzo este logro culminado en un diploma… que es un papelito, pero que va mucho más allá. Para mí simboliza la justicia, los derechos humanos, la Constitución. Eso es lo más importante”, dice Graciela, con la voz serena pero firme, apenas minutos después de recibir su título.
Sobre aquel proceso de investigación, recuerda: “Fue en marzo de 2004. Matías era técnico de una casa de computación en Carupá y lo mataron con un tiro en la arteria aorta. Tuve que hacer investigaciones para que la causa saliera a flote, porque si no, no pasaba nada. Luego de cuatro años de trabajo, logré que a uno le dieran 18 años y al otro 17 años de prisión.”
Cuando se le pregunta de dónde sacó fuerzas para ponerse de pie y enfrentar todo eso, no duda: “Porque es mi hijo, porque lo parí, porque lo sentí en mis ovarios. Yo iba a defender lo que es mío. Su vida le fue arrancada injustamente, y los que lo hicieron tenían que pagar. Y pagaron. Confesaron en el último minuto del juicio que ellos lo habían matado.”
Fernando Díaz, el otro hijo de Graciela, dice con emoción: “Este día me trae sentimientos encontrados. Sé que Matías estaría feliz de ver a mi vieja recibida”. Su esposo, Carlos Díaz, no podía dejar de sonreír ni de aplaudir cuando escuchó su nombre por el altavoz. Perla, su amiga, asegura que “las experiencias muy duras hacen aflorar a grandes mujeres, y eso es lo que es Graciela: una gran mujer”.
Marisa, Cristina y Silvia están juntas, felices por Graciela. Dos amigas de toda la vida, menos Marisa, que la conoció cursando en la facultad. «Nos conocimos en Derecho. Como alumna es brillante. El día que nos contó la historia yo la reconocí enseguida porque ya conocía el caso de ella. Es una persona muy tenaz, el derecho está en buenas manos con ella. Te tengo que ser franca, cuando me dijo que se recibió, lloré y sigo llorando. Es muy emocionante», dice su excompañera.
Por su parte, Cristina reconoce que Graciela «pasó por un montón de cosas horribles, feas, pero ella siempre siguió adelante». «Mirá donde está, donde llegó. Siento que el hijo le dio todas las fuerzas. Ella se recibió 21 años después un viernes, Matías murió justo cuando tenia 21, un viernes. Es como una señal», remarca.
Ahora que tiene el título en mano, Graciela no tiene apuro. “Voy a descansar un poquito y después veré qué hago. Tuve algunas propuestas, pero tengo que ver”, confiesa. Y aunque no lo planeó desde el principio, su camino fue naturalmente hacia el derecho penal. “No por casualidad, ¿no? Sé más de la práctica, lamentablemente, que de la facultad. No porque no me enseñara, sino porque en la práctica, dolorosamente, aprendés mucho más”.
Graciela Pera no eligió esta historia. Le tocó vivirla. Pero sí eligió qué hacer con ella. Eligió luchar. Y ahora, con un título en mano y una vida atravesada por el dolor, se vuelve un ejemplo de cómo el amor y la justicia pueden abrirse paso incluso en las noches más oscuras.
PS