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La mayoría de los jóvenes que viven en barrios populares del AMBA creen que nunca van a dejar de ser pobres

Hace tiempo que la movilidad social dejó de ser una característica sobresaliente de la Argentina que la diferenciaba del resto de América Latina. Aquello de “m’hijo el dotor”, el título de la obra de teatro de Florencia Sánchez, se convirtió en las últimas décadas en un anhelo cada vez más difícil de concretar. Por no decir imposible para muchos jóvenes. La tozuda persistencia de una extendida pobreza, que entre los menores -los que deberían protagonizar ese ascenso- supera el 50 %, según el reciente cálculo del INDEC-, y el deterioro creciente de las condiciones de vida -lo que los estudiosos llaman la pobreza multidimensional- lo confirman.

Y lo peor: el 40 % de los jóvenes que viven en barrios populares de la Capital Federal y el gran Buenos Aires tienen serias dudas de que vayan a ascender en la pirámide social, el 20 % considera que sus posibilidades son mínimas y el 40 % restante directamente no cree tener futuro y renunció a sus aspiraciones. En otras palabras: no abrigan la esperanza -o tienen escasas expectativas- de que en algún momento de su vida vayan a dejar de ser pobres. Así sigue de un estudio del Centro de Investigación y Acción Social CIAS, de los jesuitas, que dirige el padre Rodrigo Zarazaga, y el Centro de Estudios y Diseño de Políticas Públicas FUNDAR.

Bajo el título de “La narrativa rota del ascenso social: un estudio de las expectativas de los jóvenes en los barrios populares”, el trabajo incluye una encuesta que abarcó 600 casos y 47 entrevistas en profundidad a jóvenes de entre 16 y 24 años de puntos nodales de cinco barrios populares de CABA y las zonas sur, oeste y norte del conurbano. Una región, el denominado AMBA, donde vive el 34 % de los menores del país, alrededor del 40 % de ellos en los también llamados asentamientos o villas de emergencia, con sus enormes carencias y graves problemáticas sociales crónicos donde el Estado no asegura condiciones mínimas.

El estudio -dividido en las experiencias familiares, escolares, de socialización y aspiracionales- arroja que “las familias siguen siendo el factor más determinante en las trayectorias de la vida de los jóvenes y de sus posibilidades de proyectarse un futuro”. Pero en el 43% de sus hogares “la madre no sólo es la principal responsable del cuidado, sino también el principal sostén económico del hogar”. De hecho, el 30 % de su grupo familiar es monoparental. Y la mitad de las familias no tienen las herramientas mínimas para la crianza. “El abandono de los niños en situación de calle es -dice- el peor resultado posible”.

Los jóvenes consideran que la escuela es cardinal para sus posibilidades de “ser alguien” en el futuro. Más del 90 % no sólo aspira a completar sus estudios secundarios, sino también a continuar su formación (el 40 % tiene como meta un título universitario). Pero el 57 % de los de entre 19 y 24 años no terminó la secundaria. El consumo de drogas aparece entre las causas de abandono escolar. Además, el 76 % de los jóvenes dijeron que tuvieron que salir a trabajar desde niños para ayudar en su hogar.

Más de la mitad describe a la escuela como una experiencia negativa: como un lugar aburrido al que faltan porque no tienen ganas de ir (34%), que está atravesado por casos de violencia (56%) o está vacío porque es frecuente la suspensión de clases (55%). Y muchos de los que terminan el secundario y llegan a la universidad comprueban que el nivel de su capacitación dista mucho de sus compañeros. “Yo lloraba porque iba y no entendía nada”, dice una chica de una familia de cartoneros.

El barrio constituye su principal, sino el único, escenario de su socialización. Pero la percepción de que es un espacio amenazante, donde constantemente pueden surgir situaciones violentas e invitaciones al consumo y a ser parte de organizaciones delictivas, lleva a muchos padres a encerrar a sus hijos. En ese contexto, se señala, “las iglesias y los centros comunitarios son descriptos también como lugares importantes donde los contienen y les ayudan a ampliar horizontes”.

La compraventa y consumo de drogas es una realidad cotidiana y visible. La mitad de los entrevistados consumen o consumieron drogas y consideran que tres razones los llevaron a ello: olvidar las dificultades, obtener ingresos o lograr reconocimiento. El 51 % afirmó que la mayoría de sus amigos consumen drogas y un 43 % dijo tener conocidos en el barrio que la venden. Afirman que se llegó a un punto en que los transas les preguntan: “te pago con droga o con plata”.

Todos coinciden, en fin, en que el consumo suele comenzar alrededor de los 13 o 14 años, pero también en que cada vez se inicia a edades más tempranas, con tan sólo 9 o 10 años; que la vida en “la esquina” es “el primer paso que comienza con una cerveza entre amigos y puede terminar en robos y enfrentamientos con la policía”. De todas maneras, todos los que entran y salen del consumo, e incluso del delito, expresan su deseo de abandonar esas conductas.

“A menudo -añade el estudio- los jóvenes responden a la pregunta sobre su porvenir con fantasías. Porque éstas están demasiado lejos de sus condiciones materiales y sus formas de vida”. Por eso, señala que “luego de manifestar esos anhelos suelen admitir que para que se hagan realidad necesitarán ‘un golpe de suerte’ o que ‘pase algo mágico’”.

Y concluye: “Trágicamente cuando se creció en estas condiciones, esperar que todo esto dependa de un golpe de suerte parece lo más razonable”.

MG

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